5 de febrero de 2010

Desperdicio de comida en 8 instantáneas



Estados Unidos desperdicia anualmente 50 millones de toneladas de comida, que alimentarían durante casi un mes a media Haití, afectada por la catástrofe de hace tres semanas.

Mientras los haitianos afectados por el terremoto del pasado 12 de enero continúan a la espera de más ayuda internacional para saciar su hambre y su sed, países como Estados Unidos ejemplifican cuan inequitativa continúa siendo la sociedad moderna.

La meca del capitalismo salvaje ha sido criticada desde siempre por su consumismo exagerado. Además de caracterizarse por su continua afición a los centros comerciales, la mayoría en el país del Norte está también habituada a botar la comida. Por lo menos eso es lo que refleja la montaña de casi 50 millones de toneladas de alimentos desperdiciados anualmente, según cifras del Departamento de Agricultura. Estadísticas que bien vale la pena repasar en momentos en que el mundo no ha logrado solucionar la crisis de los haitianos tres semanas después del desastre pese al liderazgo ejercido por los estadounidenses en la coordinación y entrega de las ayudas.



Una de las caras de ese prisma llamado despilfarro puede verse desde una cafetería universitaria. Como estudiante del instituto de idiomas de la Universidad de Delaware trabajé durante cuatro meses en el Rodney Dining Hall, y fui testigo de cómo unas cuantas sobras desparramadas en los platos terminaban convirtiéndose en una pila voluminosa de basura. No era descabellado ver en la caneca decenas de manzanas, porciones de pizzas, paellas recién servidas, ensaladas de pollo y carnes al carbón sin un mordisco ni una cucharada ni alguna aparente señal de descomposición.

En una cafetería como ésta los números abstractos tomaban fácilmente la forma de la estudiante rubia que una mañana llenaba su plato hondo con cereal y leche, y lo abandonaba cuando no había llegado a la mitad; o del futbolista que, luego de su entrenamiento, se bebía casi un litro de agua vitaminada, preparaba un enorme sándwich, tomaba dos porciones de pizza y parecía tener apetito para arrasar con toda la comida de la barra principal, pero al irse, en la basura quedaban la pizza con dos mordiscos, el sándwich a medio comer y los demás alimentos intactos.

El ciclo del desperdicio se iniciaba en la caja registradora. Estaba sentada allí a las 4:45 de la tarde de un sábado de primavera y aguardaba por un desfile de universitarios que comenzaba 15 minutos después y terminaba pasadas las 7:30 de la noche. 

Tras deslizar sus carnets, caminaban hacia el mostrador detrás del cual Tanya, de Rusia, y Carolyne, estadounidense, les servían comida en sus platos. El menú era casi el mismo de siempre: albóndigas en salsa de tomate, mogollas de pan, verduras hervidas, carne o pollo guisado, arroz y pie de espinaca. Más adelante, la afroamericana Lucil preparaba el platillo especial de la noche, que variaba entre arroces, tacos, hamburguesas y asados. Las barras de ensaladas, pizzas y espaguetis, así como los dispensadores de bebidas, casi todas gaseosas, estaban esperando ser consumidas, o podría también decirse, desperdiciadas.

Durante la semana, cuando no tenía que vaciar el líquido de los vasos en el triturador de alimentos, o cuando no era la cajera, ocupaba el puesto de Tanya o Carolyne para servir la comida. Algunos estudiantes eran comedidos y sabían decir, “así es suficiente, por favor”. Mientras que a otros, a la hora del brunch, se les iban los ojos en un abismal plato con huevos, tocino, ‘pancakes’ y papas horneadas que obviamente terminaba superando su apetito.

Al final, cuando llegaba la hora de limpiar, organizar las mesas,  recoger los platos, botar lo que los estudiantes no se comían y remover del mostrador las bandejas con lo que no era servido, el desperdicio se hacía más evidente. 

Por eso, si tomo como base las estimaciones hechas por las autoridades norteamericanas –que de recuperarse el 5% de los 100 mil millones de libras ‘comestibles’ desperdiciadas, cuatro millones de personas podrían alimentarse durante un día–, pienso que los afectados por el terremoto de Haití hubiesen comido a cuerpo de rey durante todo enero.

Y si continúo haciendo cábalas, de esa misma montaña de ‘basura comestible’ también podrían alimentarse durante tres días los 22 millones de pobres colombianos y, por increíble que parezca, los 30 millones de estadounidenses en dificultades económicas, invisibles ante los ojos del mundo por hacer parte de una sociedad desarrollada.

Otra de las instantáneas del American lifestyle, que no aparece en las guías de viaje ni ante los ojos del visitante cuando camina por Times Square, en Nueva York, o el City Hall, en Filadelfia.




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