27 de septiembre de 2009

El controvertido color de la reforma a la salud


El color de piel de Barack Obama vuelve a ser protagonista en la agenda mediática estadounidense. Si bien comenzó siéndolo desde que sonó como firme candidato para suceder a George W. Bush en la presidencia, la atención que ha acaparado recientemente ha sido mayor.

En esta ocasión la palabra hito está ausente. No hace falta recordar que el presidente número 44 de los Estados Unidos ya hizo historia al ser el primer hombre de raza negra en llegar a la Casa Blanca.

Esta vez la piel de Obama le está recordando a los norteamericanos la que parece ser su gran asignatura pendiente: el racismo.



Después del incidente protagonizado por el republicano Joe Wilson (You lie!) durante el discurso que Obama pronunció hace unas semanas en el Congreso, el ex presidente Jimmy Carter dio por hecho que aquel fue un acto basado en racismo.

"Hay un sentimiendo implícito en este país de que un afroamericano no debería ser el presidente", dijo Carter.

Cierto o no, de inmediato Wilson negó ser racista y Obama se mostró en desacuerdo con el ex presidente diciendo que el debate generado por su propuesta para reformar la salud no puede limitarse a calificaciones racistas.

Sin embargo, esa actitud de Obama no va de la mano con la misma que asumió hace menos de dos meses cuando provocó una árdua discusión racial al calificar de "estúpido" el arresto de Henry Louis Gates, afroamericano y profesor de Harvard, y al asegurar que durante muchos años la Policía estadounidense se ha caracterizado por perseguir a los latinos y afroamericanos.

El incidente, que se originó después de que la Policía confundiera al académico con un ladrón en su propia casa, acaparó la atención nacional durante un par de semanas. Pidiendo excusas por sus declaraciones e invitando a tomar cervezas al encargado del arresto y al académico, Obama dio por terminada la controversia.

Para la opinión pública, en cambio, el arresto y las declaraciones de Obama dejaron la sensación de que en este país se sigue tratando mejor a los blancos que a los negros, tal como en los años de la Segregación.

Si bien el ex presidente Carter hiló muy fino al agregar la palabra racismo al debate de la reforma a la salud, no puede negarse que ha habido una campaña sucia en contra de Obama.

No han faltado quienes lo han considerado un nazista interesado en matizar con ideas socialistas el sistema político de este país al proponer cobertura universal de salud. Tampoco han faltado quienes lo acusan de ser africano y no norteamericano.

The birthers, o Los aquí nacidos, en español, no dejan escapar oportunidad alguna para llamar la atención de diferentes sectores, especialmente de los medios de comunicación más conservadores, para decir que Obama nació en Kenia, y no en Honolulú.

A pesar de ser una sociedad edificada en los principios de libertad, igualdad y felicidad, Estados Unidos tiene en la Segregación uno de sus grandes lunares. Si bien a mediados del siglo pasado era impensable que alguien distinto a un caucásico llegara a la presidencia de este país, los ataques que Obama ha recibido recientemente parecieran demostrar que el asunto racial no es del todo cosa pasada.

Hace unos días, en la clase de comunicaciones interpersonales, la profesora nos hizo escribir anónimamente una situación que nos avergonzara. El objetivo del ejercicio era comprobar qué tanto llega a desinhibirse el ser humano cuando no hay identidades de por medio.

La actividad grupal funcionó. La profesora consiguió 25 confesiones muy íntimas. Hubo drogas, sexo y alcohol. Una en particular llamó la atención de todos. Una estudiante escribió sentirte mal por no poder decirle a sus padres que desde hace varios meses tiene por novio a un afroamericano. Desde niña, los ha escuchado mencionar abiertamente su disgusto hacia la raza negra.

Durante unos segundos, al terminar de leer, a la profesora se le notó cierta incomodidad. No era para menos. Aquella mañana habían tres afroamericanos en el salón de clases. George, uno de ellos, bajó la mirada y mostró su rechazo hacia el hecho moviendo la cabeza de un lado a otro.




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