13 de octubre de 2009

¿Por qué nos importa tanto el Nobel de Obama?


Justo cuando Barack Obama estaba en el centro de las críticas por su intento fallido de obtener la sede de los Juegos Olímpicos para Chicago, recibió una noticia que ni él mismo ni sus compatriotas esperaban. Mucho menos, la comunidad internacional:el Premio Nobel de la Paz.

El Nobel le ha llegado al presidente de los Estados Unidos como anillo al dedo para ratificarse como la gran figura mundial de los tiempos actuales. Sin embargo, sus detractores han enfilado nuevamente baterías, y una vez digirieron el anuncio del comité de los cinco en Oslo, Noruega, no han dejado de mostrar su desacuerdo por la decisión.



Los republicanos han sido enfáticos al decir que se ganó el premio por sus capacidades de oratoria y por el poder que como presidente tiene, más no por sus logros. Hasta los propios demócratas, según han dicho varios medios, se están cuestionando en privado si su líder merecía o no ganar semejante distinción.

Estoy de acuerdo con quienes califican este premio como el Nobel a la Esperanza y no de la Paz. Eso es lo que han dicho reiteradamente muchos comentaristas en un foro de debate, abierto por The New York Times.

Quienes califican el galardón como el Nobel a la Esperanza enumeran entre sus argumentos los buenos deseos que acompañan las decisiones gubernamentales de Obama en su intento por reorganizar el rompecabezas mundial. No pueden negarse las bases que el líder está cimentando para mejorar las relaciones conflictivas entre los países del Medio Oriente, evitar una sociedad llena de armas nucleares y devolverle al mundo una estabilidad económica con Estados Unidos como protagonista. Sin embargo, todavía es muy prematuro tener cosecha alguna porque la siembra apenas inició en enero de este año.

No se trata de un asunto personal en contra de Obama. Los hechos hablan por sí solos: el galardón le ha sido otorgado a un presidente novato que en menos de nueve meses, según la organización de los Nobel, ha hecho “extraordinarios esfuerzos por fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los ciudadanos”.

El viernes pasado, cuando la noticia vio la luz, el mismo Obama reconoció en rueda de prensa su sorpresa por el premio y fue modesto al decir, o admitir tal vez, que no lo merecía. Y fue inteligente al hacerlo porque sabía del chaparrón de críticas que se avecinaba.

La prensa norteamericana no ha escatimado tinta ni hipervínculos desde entonces para hablar sobre el asunto. En su editorial del sábado pasado, The New York Times dijo que se trataba de un reconocimiento para quien ha sido elegido por los estadounidenses para restaurar los valores y liderazgo de su país. El diario también calificó el Nobel como una especie de recordatorio a las altas expectativas que como presidente Obama ha generado, y que nunca antes alguien había despertado.

Columnistas de medios menos tradicionales como Slate Magazine, fruto de la revolución digital que vive este país, no han hecho más que preguntarse a quién le importa quienquiera que sea el ganador del Nobel de la Paz. Anne Applebaum, también columnista regular de The Washington Post, hizo un interesante análisis al cuestionarse el porqué de la desmedida atención mediática mundial, año tras año, a los “puntos de vista de cinco desconocidos noruegos”.

La columnista hizo referencia a la manera como se selecciona a los miembros del jurado para este Premio. Cada año, el Parlamento noruego escoge a cinco ciudadanos para que hagan parte de un equipo que tiene como tarea estudiar las hojas de vida de los candidatos y elegir a quien o quienes se hayan esforzado trabajando por la fraternidad de las naciones, la disminución de los ejércitos y la promoción mundial de la paz en general, tal como lo expresó 114 años atrás, en su testamento, el sueco Alfred Nobel.

Y Anne Applebaum tiene razón. Desde el viernes, cuando la noticia vio la luz, los medios y todos nosotros no hemos hecho más que hablar del tema. ¿Por qué nos importa tanto que Obama se haya ganado el Nobel de la Paz? Independientemente de si lo merece o no, la realidad a corto plazo sigue siendo la misma. Prueba de ello son las dos guerras inconclusas que este país tiene en Medio Oriente, y en especial el número de tropas en Afganistán. A pesar de que el nuevo Nobel de la Paz prometió cesar el conflicto en tierra islámica, su más reciente decisión de incrementar el pie de fuerza en ese territorio pareciera contradecirlo, sin lugar a dudas.

Más que paz, el Nobel de Obama trajo beligerancia. La guerra de palabras que desde el viernes ha tenido lugar en todo el mundo proviene con mayor ahínco de los grupos más radicales —como los periodistas de Fox News Channel—, que se siguen oponiendo al estilo de gobierno del primer presidente afroamericano de los Estados Unidos.




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