27 de diciembre de 2009

¿Se es viejo en los Estados Unidos?

Melora Davis cumplió hace un mes 85 años. Esta norteamericana, de piel blanca y cara marcada por el paso del tiempo, representa el prototipo de abuela que transmite ternura cuando se le mira a los ojos. Inicialmente, también puede parecer una mujer con dificultades para desplazarse.

Recuerdo que cuando la vi por primera vez pensé que ella no sería capaz de subir las escaleras de su casa, en Delaware, sin ayuda. Además de subirlas rápidamente por si misma, tuvo la energía suficiente para continuar hablando sin ningún rastro de respiración entrecortada. Quedé sin palabras. Luego, me dio algunos detalles que debía saber para comenzar a compartir, una semana más tarde, el segundo piso de su casa con una estudiante rusa y con otra de Etiopía. Las sorpresas apenas estaban por llegar.

Desde junio pasado he visto cómo esta mujer ha estado llena de vitalidad. Pese a las ocho décadas que carga consigo, no sufre mayores inconvenientes de salud y su vida, por el contrario, es admirable. Melora maneja su carro todos los días para hacer sus diligencias personales en el banco, para desempeñarse como voluntaria en la granja de la Universidad de Delaware o en la biblioteca pública local, para trabajar como tutora de inglés por las tardes y para regresar a casa y hacer los oficios propios que el hogar requiera. Por las noches, a eso de las siete, la jornada de Melora continúa. Ahora, un poco más aliviada, encuentra placer en la televisión y en los libros. Cuando el reloj marca la medianoche se va a dormir, y a las 6:30 de la mañana está nuevamente en pie.

Mrs Davis, como todos la llamamos, también tiene otra rutina que cumple sin interrupciones la mayoría de domingos. Una vez en el segundo piso de su casa, lava el baño, aspira las alfombras, cambia las sábanas de las camas y saca la basura. Cuando alguien le ofrece ayuda, casi siempre dice que no. Argumenta que ese es su trabajo como dueña de la pensión estudiantil en la que ha convertido esa sección de su residencia. 

Por eso no me extrañó verla poniendo a prueba su estado de salud con la última tormenta de nieve. Sin duda, la palabra vejez no hace parte de su vida. O por lo menos, no en el sentido tradicional. Me demostró que ser anciano no es ningún impedimento para seguir viviendo plenamente. Por el contrario, es solo una etapa más de la existencia. 

Con pala en mano, Melora quitó la nieve que cubría el camino peatonal al frente de su terraza, así como la ruta que de su garaje conduce a la calle principal. Lo hizo afanada ante la necesidad de viajar la mañana siguiente a un pueblito de Nueva Inglaterra, al norte de Boston. El viaje por carretera le tomó 10 horas. Allá, en Massachusetts, ha estado sola desde el 21 de diciembre pasado, como voluntaria de una ONG, cuidando las oficinas mientras sus trabajadores regresan de festejar la Navidad y el Año Nuevo. 

El caso de esta octogenaria es ejemplar. Por momentos, tiene más vitalidad que yo a mis 26. Sin embargo, Melora no es la excepción de la regla en la sociedad estadounidense. Son muchas las personas contemporáneas a ella igual de activas. Esta población sigue trabajando hasta bien entrada en años sin discriminaciones por su edad porque ni legal ni socialmente está bien visto. Entonces, pasar de los 60 en este país no tiene porqué ser un problema. Si la salud lo permite, la rutina debe seguir siendo la misma. 

Y los ejemplos son infinitos. También quedé sorprendida cuando en la cafetería universitaria en la que trabajé el semestre pasado vi a tres mujeres pasadas de sus 65 sirviendo o preparando comida y también limpiando mesas. Recuerdo en especial a Caroline, quien me dijo que lo hacía porque se había jubilado hace unos años y necesitaba seguir haciendo algo para sentirse viva. Es esa la clave de ser anciano —si así se les puede llamar— en los Estados Unidos. Ellos siguen siendo útiles para la sociedad y no son mirados con desdén.

Por eso, cuando leo especiales como La nueva longevidad, publicado recientemente por la Revista Semana, me doy cuenta que la revolución demográfica, como la llaman los especialistas, es muy notoria en países desarrollados. Cada vez más, nacen menos niños mientras las personas mayores de 60 años van en continuo aumento. Estamos, sin duda, ante un nuevo concepto de vejez. Ahora, las expectativas de vida son más altas gracias al avance de las condiciones sanitarias y educativas. 

Debo admitir que tras haber visto durante la mayor parte de mi vida la manera como viven quienes han pasado los 60 años en sociedades como la colombiana, los prejuicios sobre lo que significa ser mayor terminan siendo inevitables. Por eso, no dejo de salir de mi asombro al ver a una mujer tan autosuficiente como Melora o a otra con tantas ganas de seguir sintiéndose útil como Caroline.




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